Se abrieron las nubes y surgieron fotogramas de agua y versos de sal
Nadie conoce las arrugas de mi rostro
Nadie sabe que el hambre
martiriza entre mis dientes.
Soy el vientre de la madre tierra
Soy la fraternidad de los que pierden
Soy los invisibles que escriben
los cuadernos de la historia.
Soy tú cuando te reflejas en el espejo.
La ciudad cabeceaba
al ritmo de las bicicletas quietas
y en los parques yacían
las últimas cautelas del día.
Luego llegaron
los bocados de aire de nadie
y a la luna le salieron pechos
mientras la noche devoraba
la monotonía de los cuerpos.
Llega el viento
y con él las nubes, las tormentas,
llueven gotas como lágrimas
que empapan los cuadernos de papel.
Se va el viento
y el aire nos trae un nuevo sol
con sus tatuajes de agua y sal.
El mar vuelve a ser la piscina
donde se reflejan tus ojos.
Quisimos darnos la mano
pero nos regalamos balas,
quisimos guiarnos por la misma luz
pero nos construimos túneles.
Nacimos con los labios llenos de flores
pero acabamos disputándonos la tierra y el mar
como si el mundo no fuera lo suficientemente amplio
para todos los abrazos.
Cuando la ciudad duerme
amanece el lugar donde habito.
Yo soy el ruido del descansillo
el cuchillo que rasga los párpados
la sombra que acecha a los cuerpos desnudos
el lobo que devora las almohadas.
Yo soy el fantasma de la duda y el hastío.
Luego la ciudad se despereza
el sol entra por la ventana
y aparecen las certezas del nuevo día.
Una mano de alguien que fue niño
extrae la paleta de colores
y las calles irradian
fosforescencias de primavera.
La pared se despierta de la siesta
los adoquines devoran la monotonía,
mientras la ciudad respira
y los corazones huyen por la ventana.
Quisiste mirarme pero no me viste.
Hiciste el esfuerzo para que mi rostro
se quedara atrapado en tus retinas verdes,
pero fue en vano.
Solo fui sombra.
Nadie y calcomanía 